Una vez más, Julio despertó melancólico.
Despertó en un estado igual al que en la noche anterior se había metido a la cama. Sus pensamientos, como se había hecho costumbre, iban dirigidos hacia ella aunque en los días recientes se habían intensificado.
Quizá la ausencia o el saber poco de Ana durante las últimas semanas habían ayudado para que hubiera un dejo de vacío en él y para extrañar su cada vez más lejana presencia.
Tal vez el clima y los días nublados de la ciudad ayudaban a agrandar esa sensación que tenía de que le faltaba algo. Y es que Julio siempre sufrió de más con esos días sin sol que tanto le gustaban pero que solían ponerle sentimental.
Trataba de aparentar estar bien, contento, y trataba de distraerse con sus habituales pasatiempos también, no obstante, en la oscura soledad de su habitación era imposible que no pusiera su mente a trabajar alimentándose de recuerdos.
En ocasiones, una sonrisa aparecía en su boca al recordar, pero por lo regular sus ojos se tornaban vidriosos producto de las lágrimas que aparecían. Julio sabía que había poco por hacer y creía haber intentado todo para recuperarla sin tener éxito. No le dolía el fallar, sino el que ello significara seguir estando lejos de ella.
Julio había estado recordando muchos de los momentos que vivió a lado de Ana. En esas interminables horas del recuerdo, vivió una vez más el día que se conocieron y aquel en el que formalizaron su relación sentados en un parque.
Poco a poco, él iba recreando cada instante, cada momento; Los paseos, las horas de charla, las sonrisas, los abrazos, los besos; el caminar tomados de la mano e incluso aquellos momentos difíciles que se presentaron, y que aunque no le gustaba recordar, los consideraba también importantes por la enseñanza que pudieron dejar en ambos y porque para bien o para mal fueron parte de su historia.
Incluso visualizó una vez más el momento en que se dijeron adiós y el beso que se dieron a manera de despedida mientras un taxi lo esperaba afuera para llevarlo lejos de la vida de Ana.
Ese día, Julio sabía que sería difícil que hubiera marcha atrás y los constantes fallos en su intento por recuperarla le continuaban diciendo lo mismo pasado el tiempo. La esperanza de estar una vez más frente a ella poco a poco había ido muriendo y estaba consciente de que lo único que le quedaba por hacer era esperar un milagro mientras continuaba alimentando de recuerdos a su alma.
Ante esto, Julio cerró los ojos y se transportó a aquel parque donde comenzó la historia y donde meses después de ello, él se arrodilló frente a ella una tarde de domingo... si, en ese instante todo era mejor.
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